lunes, 17 de abril de 2017

PÁNICO EN LA MADRUGADA

¿Qué pasó en Sevilla la Madrugada del Viernes Santo?

Todo es sosiego y penumbra, la virgen de la Concepción, está entrando en la Plaza del Salvador, el incienso y el olor a azahar de las jarras de plata lo inundan todo. Como un ascua reluciente, con la candelería derretida y refulgente de plata. el palio bizantino avanza serenamente, sin música, con el silencio absoluto que da nombre a la Hermandad.

Súbitamente un zumbido creciente, se acerca, como un temblor, una sacudida, una oleada de no se sabe qué, se avecina, como una descarga, como una ola. Es cuestión de segundos, ese ruido sordo que crece, de pronto te arrastra, sin saber de donde, ni porqué, ni de que se trata, todo el mundo es alcanzado por la onda del pánico, es lo único cierto, está en juego la vida, se está en peligro de muerte. Esto no da tiempo de razonarlo, instintivamente se huye. Es un miedo cerval el que se apodera del  público, como en los documentales se ve huir a las gacelas del león al que no ven pero presienten. Nosotros todos presentimos el peligro. Junto a mi mujer trato de proteger a mis dos hijos pequeños, parapetándolos con nuestros cuerpos, agarro fuertemente a Manolito para que no se vaya, miro hacía el paso, se ha quedado parado en medio de la plaza ahora vacía, espero la explosión, la sangre, la muerte, pero nada ocurre. Inmediatamente proceso la situación y salgo a mitad de la plaza a gritar ¡No pasa nada, no pasa nada! y trato de calmar a la gente, otros se unen y poco a poco se va recuperando la normalidad, se recompone la procesión.

Es tremendo sentir que se acaba de salvar la vida, no se sabe de qué. La sensación de haberse librado de un peligro inminente cuando uno estaba tranquilamente viendo pasar una cofradía es atroz. Todos con el cuerpo cortado, sobre todo los niños, algunos lloraban, otro vomitó. Espantoso.

Se repitió dos veces más, viendo el Gran Poder en la calle Castelar. Decidimos dejar a los niños en casa, tranquilizándolos como podíamos.

Los mayores seguimos viendo las procesiones, era casi un deber moral, a pesar de los sustos, con la mayor normalidad posible.
El pueblo de Sevilla dio un ejemplo de serenidad y saber estar a pesar de todo. La madrugada continuó y volvió a ser espléndida.

No pudieron con nosotros.

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