martes, 15 de noviembre de 2016

PASA JESÚS NAZARENO


A su regreso, parado  ante el magnifico retablo cerámico del Cristo del Amor

Han salido 220.000 personas a la calle a ver el Gran Poder en su salida extraordinaria. Eso son como 4 o 5 veces los habitantes de una ciudad de provincias .
Ha pasado por la puerta de mi casa a la ida y a la vuelta de la Catedral, se ha parado ante ella y ha seguido su camino.
Un silencio hondo y antiguo acompaño al Señor.
La gran plaza enmudeció cuando aparecieron los ciriales. Como un manto el silencio se extendía y el Señor pasaba entre una multitud ingente que, sobrecogida, era como si no existiese. Un ciego, con su hipersensibilidad, sólo hubiese notado el raro sonido de miles de respiraciones acompasadas y cientos de alientos contenidos, y quizás, el leve click de los móviles, de miles de aparatos capturando el instante, tributo que ha de pagarse a la modernidad.
Sólo una vez que concluyó la procesión, cuando uno se repone de la impresión se percata  de ese fenómeno.
220.000 personas de todas las clases sociales, de todas las edades, comportándose con un decoro y un saber estar que creíamos perdido.
Me reconcilia con mi ciudad y con la Semana Santa que es capaz de estos prodigios.
Alejado de la ordinariez imperante, de lo pretencioso, de la farfolla ruidosa, de la ostentación chabacana, de la trompetería infame que parece que se apodera de ella y que tantas veces nos hace mover la cabeza con el desesperado ¡ no es eso, no es eso!.  Sólo por una experiencia como esta se redime todo lo demás, como un solo justo redime una ciudad.

El ciego de Jericó, no hubiese necesitado preguntar, un silencio inmenso le contesta rotundo: es Cristo que pasa.
A la ida a la catedral. El silencio es clamoroso

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