domingo, 22 de marzo de 2015

Domingo de Pasión

Hoy ha sido un día intenso, lleno de emociones auténticas.
Con mi hija Pilar de la mano, salí temprano a la calle, a una Sevilla solitaria y mojada por la lluvia de la madrugada, pero el cielo era azul y olía a limpio y nuevo.
Casi nadie por la calle- papá, qué poca gente-… Si hija déjalo así- Nuestros pasos resonaban por la calle Cuna.
En la de Acetres, se vende, la casa natal de Cernuda, la del patio y el sol que traspasa la vela de sombra, y el niño, sentado en la escalera, viendo jugar los rayos sobre las losas de mármol…
Se vende un trozo de Sevilla ¿Qué precio tiene un trozo de su alma?

Seguimos caminando y entramos en una de las parroquias mudéjares, de la primitiva ciudad recién reconquistada y dividida en 24 collaciones por el Rey Santo.
Por varias de esas iglesias hemos pasado hoy y hemos disfrutado de la historia fundida con sus muros.
El Cristo de la Caridad, obra esplendida contemporánea, muerto entre los cirios esperando en la tiniebla los besos escasos de los devotos madrugadores.
Nunca me había fijado en la capilla neogótica donde se halla el sagrario. No es kitsch, ni fea, como suelen, qué va, es muy autentica, muy decimonónica, muy francesa y muy victoriana a la vez, muy de santa Teresita de Lisieux o de Montmartre, muy chestertoniana, parece que vamos a escuchar los sermones de Newman, o que entrará a rezar con su cabello velado Julia Flyte.
En la serena mañana sin tiempo te vas fijando en las casas que todavía conservan el encanto de la vida pasada que aún perdura, con la dejadez de los años, cansadas.- Papá, está un poco sucia y un poco vieja…si hija, y un poco tristes, sí, pero erguidas y dignamente venerables … con su palmera y sus patios y sus puertas de cristales de colores que filtran la claridad y la pureza del día.
Y así voy recorriendo la Sevilla que quiero, que no está profanada por lo vulgar y falso y pretencioso.
Y en la capillita del Museo, expira el Cristo enroscado en su cruz y besamos sus pies heridos y llagados… y una escultura y un cuadro y un candelabro de bronce con seis velas y un manto de terciopelo que hace aguas, como el nombre de la Virgen a la que espera en su paso.
Y hemos entrado en un hotel en la plaza de San Andrés, donde esperaba el desayuno a los turistas que tengan la suerte de alojarse en él. No lo conocía y es una casa grande restaurada, un poco exagerada quizá, muy viscontiniana, pero que se salvaba porque los tapices flamencos eran auténticos, los grandes cuadros holandeses, del diecisiete, la alfombra de nudos, de Stuyc, los muebles taraceados antiguos, el retablo que adornaba la escalera, barroco de verdad y la fuente de mármol, cantarina y perenne, verdadero testigo de los avatares de las familias que la habitaron y que llora sus lágrimas sobre las hojas de las aspidistras verdes que estallan a sus pies.

Y la iglesia pequeña de Montserrat y el portentoso Cristo de la Redención de Juan de Mesa, y cruzar por la Magdalena, con el monumento de plata preparándose, y los retablos cubiertos con cortinajes de damasco, que nos dicen que estamos en tiempo de penitencia y recogimiento…
Y el Cristo Yacente, que parece recién muerto, que aún respira, trémulo a la luz tenue de las velas… y el paso alegórico de “la canina”, qué barroco esto, con esa calavera a los pies de la Cruz que tanto me impresionaba…

Y llego a casa con el espíritu en carne viva, dispuesto a escuchar un pregón de un poeta que presagia grandes momentos.
Lutgardo tiene una voz y un decir de gran hondura y delicadeza… va desgranando la verdad de nuestra Semana Santa, como pocas veces he leído o escuchado, cuando termina ha entrado por derecho propio en el elenco de los elegidos, con Romero Murube, Laffon, Sierra, Cernuda, Burgos, Montesinos…
Salgo apaleado de metáforas e imágenes hermosísimas, obnubilado por tanta belleza recogida en sus versos… su pregón ha sido un largo poema que me ha llenado los ojos de lágrimas y que he tenido que contener, herido, cuando he bajado de la salita a continuar con la rutina. Antes he salido a la azotea a respirar profundo, a “descomprimirme” para despertar a la realidad poco a poco sin dañarme.
Por el balcón veo pasar el paso, cubierto con un plástico, de La Borriquita que entra en el Salvador por la rampa del gozo. A la misma hora exactamente una semana después, hará el recorrido inverso, con las palmas, los ramos, las rosas y los rezos de los niños, la gente, la ciudad desbordada, con los corazones que se escapan, como los globos, de las manos pequeñas e ingenuas.
Por la tarde hemos salido todos, con Reyes y los cinco, y nos seguía esperando una ciudad abierta que se nos entregaba sin rebozo. Y una iglesia y un convento y una plaza y un palacio. Allí el de Villapanes, donde vivía hasta hace poco, un marqués tronado, entre pasados esplendores y viejas paredes de estuco desconchadas. Y en la Iglesia de Santiago la hermandad del Rocío expone a sus sagradas imágenes con todo el esplendor profuso de un saber heredado, y en una esquina oculta y fría, bajo un magnifico cuadro de Mateo Pérez de Alesio, de principios del XVII, donde Santiago mata moros sin cuartel, está una imagen portentosa de Roldán, una Virgen orante, con las manos trenzadas, y un rostro de mujer guapísima en su dolor. Hace trescientos años era el centro de la devoción de Sevilla, una de las grandes hermandades opulentas y espléndidas, objeto de las suplicas, los rezos y las peticiones de todo un pueblo. Miradla, ahí sigue, en su callada hermosura, esperando regalar su dulce mirar al que se acerque…
El sagrario late en las capillas sacramentales de silencio y humo, tras las rejas, reservado de la barahúnda, que llenan las iglesias- niños la genuflexión que está el Señor… y casi nadie repara…
Y la casa de la duquesa de Osuna, y el hotel encantador que el duque de Segorbe ha restaurado y un trozo de cielo entre cuatro paredes enjalbegadas y la duquesa, siete veces Grande de España, cruza la plaza empedrada en su coche azul, guiado por su chofer; vestigios del pasado como los escudos del gran palacio, las espadañas mudas, los patios o el cercano convento vacío…

También hay que votar. Lo hacemos, qué remedio.
La misa en la capillita de San José es un deleite. Allí he ido desde niño con mis padres y mis hermanos toda la vida, y allí me han amonestado cuando no nos callábamos, como yo ahora a mis hijos, rodeados de viejecitas de pelo blanco, y señoras que agitan sus pulseras de oro cuando se abanican, que a veces también nos reñían, y nosotros conteníamos la risa entre estertores. Allí he ido a los oficios, y la Misa del Gallo y todo ese fulgor de hojarasca de oro es una labor del gremio de los artesanos carpinteros, esmerados en regalarle un cofre soberbio a aquel de los suyos que adoptó a Dios.

Y tengo prisa. Aún tengo que probarme el capirote y el antifaz que mi mujer planchó por la mañana mientras escuchábamos el pregón. No cuadran, la túnica que era de mi padre me la pondré yo ahora, y la mía la portará mi hijo Ignacio que sale, cumplirá los catorce, por primera vez. Y eso es la vida que se renueva, y eso es la muerte, que no existe.
Y son tantas emociones…
Pero aún hay más, debo apresurarme para ir a un concierto. Como agradecer a mi amigo D. V. que me haya llamado para acompañarlo . El FEMAS es un lujo que no sé cómo nos podemos permitir, pero que ahí está
Y The Tallis Schollars nos deleita con un coro de diez voces a capella que nos elevan a espacios distintos e inefables. Qué dulzura de música, qué delicia de acordes, que acompasado, que finales como cuerdas vibrantes al unísono, que tiemblan como si de un solo instrumento de tratase.
¿Qué España era esa, cuyos músicos eran los mejores del mundo, que Sevilla era aquella, culta y refinada, Guerrero, Morales, Lobo, que daba maestros y compositores como si tal cosa? La lamentación de Job, el Regina Coeli, el María Magdalena... qué maravilla.
Este grupo, de los mejores del mundo, no ha tenido que adaptar su repertorio para venir a Sevilla, es que su repertorio común y ordinario esta preñado de la música que aquí se hizo en otros siglos. Y levanto mis ojos a mi móvil y veo los resultados de las elecciones en el intermedio, y se me caen los palos del sombrajo. ¿Qué se hizo de aquellos esplendores?
Me cuesta volver a imbuirme en la música, pero lo consigo, porque son unos interpretes absolutamente geniales.
Salimos, no quiero mirar los resultados, que no me rompan el hechizo de un día mágico. Voy caminando por la calle oscura, estrecha y sola, de regreso. Al entrar en la ancha plaza, extrañamente vacía,
veo iluminada en lo alto la pequeña ventana de mi balcón.

Para mi es inmensa. Dentro late todo lo que vale la pena en esta vida. Qué me importa a mi Susana o Juan Ma Moreno.

¿Tiembla la luz de la ventana o es mi mirada?
Trémulo yo, de felicidad y belleza, dirijo lentamente, mis pasos a ella…
a mi casa.




Nota: Las fotos están hechas con el móvil y claro, no es lo mismo, pero dan una idea...

1 comentario:

  1. La música: es otro nivel, no sé exactamente cual, pero trata de otra cosa, más alta que las demás artes.

    Un abrazo

    ResponderEliminar