viernes, 7 de noviembre de 2014

Concierto para violin en Re mayor Op.77

El sólo de violín del concierto de Brahms es tan hermoso que cuando lo escucho me veo de nuevo en mi casa sentado en el sofá del salón, con quince o dieciséis años.
El sol de la tarde de invierno atraviesa las cortinas e incide en los ceniceros de plata y cristal, en el cobre del macetero reluciente, en los marcos con las primeras fotos nuestras “en color”, en los cristales de la vitrina con los abanicos, en el pisapapeles del escritorio y en la taza de café humeante cuya cucharilla lanza destellos.
Qué silencio. En la salita los demás ven la tele: Sesión de tarde. Es sábado. Cierro el libro que dejo señalado con el dedo, cierro también los ojo y me arrellano entre los almohadones hasta que se extingue la última nota, deliciosa, delgadísima, de la cuerda de un violín que está a punto de romper, como yo, a llorar…
El disco de microsurco suena con una pureza prístina en los altavoces Pioneer de alta fidelidad de mi padre.
Silencio…
Escucho el sonido brusco, inconfundible del brazo de la aguja que se levanta del plato y vuelve a su sitio. El círculo negro y brillante gira unos segundos hasta que se para.
Abro los ojos de nuevo.
He levantarme a poner la Cara B.

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