miércoles, 27 de agosto de 2014

Alegrías infantiles, que cuestan una moneda / de cobre...

La ingenuidad de los niños es maravillosa.
No nos damos cuenta de la capacidad de asombro y la pura inocencia que los rodea.
Ayer escuchaba a mi hijo Santiago, con sus seis años, como explicaba a una señora la magia de los Reyes Magos.
Con una cara y una voz llena de emoción iba relatando… Pero no recordaba los regalos, los montones de juguetes que había recibido entre padres, abuelos, padrinos… Se centraba en los pequeños detalles:
¡Y los camellos tiraron el cubo de agua! ¡Y se comieron las hierbas de las macetas y dejaron la azotea toda llena de hojas!
-¿Pero subieron hasta la azotea? -Pregunta la interlocutora.
Santiago responde con gran seguridad, un poco pasmado de que le pregunten una cosa por todos sabida.- ¡Es que los Reyes entran por la azotea y “aparcan” allí los camellos!
Aaah…
¡Y también convierten las bolas del árbol en bolas de chocolate!

Y yo, me alegro ahora, al escucharlo en pleno verano, de esas pequeñas chorradas que se nos ocurren, y doy por bien pagados esos esfuerzos de los “Reyes”, que a las tantas de la madrugada todavía han de subir a derramar un cubo y arrancar y esparcir hierbas de las macetas, o quitar todas los adornos del abeto y colocar un montón de bolas de chocolate en su lugar, que se acaban de traer, ese día cierra a la una, de El Corte Inglés…
Y a mí después, se me olvidan, imbuido en el tráfago de la vida ordinaria, todas esas cosas, pero mis hijos, me lo hacen recordar, entusiasmados, hablando de ellos con gran naturalidad, como algo extraordinariamente normal, que sucede cada navidad, como pasó anoche.
Y es que ellos, bendita infancia, no lo olvidarán en toda su vida.

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