jueves, 24 de julio de 2014

SALADA CLARIDAD


Y tacita de plata, ambos Manuel Machado y Pemán, tienen razón. Ayer estuvimos en Cádiz y  es ese fulgor del mar que se cuela por las bocacalles estrechas y lo hace todo luminoso y brillante, lo que predomina.
Siempre me fascina esta ciudad. Ha tenido la fortuna de conservarse casi intacta, y uno pasea por esas casas con sus patios estrechos y sus galerías acristaladas, sus escaleras con sus pasamanos de caoba, su palmera en el centro, y parece que van a bajar por ellas las tres hijas de un comandante de marina, con sus trajes de encaje y sus mantillas, para ir a la novena a la cercana iglesia de San Antonio o Santiago, o que desde las altas torrecillas de sus casonas, un comerciante de Indias mira con un catalejo la llegada de los galeones, o que con sus levitas y altos sombreros, varios procuradores a Cortes se dirigen al Oratorio de San Felipe a discutir sobre la futura Constitución, mientras se oyen los cañonazos de los franceses, a lo lejos sobre el Castillo de Santa Catalina, cuyos perdigones de plomo les sirven de peso a las gaditanas para la punta de sus tirabuzones. Y los heridos de Trafalgar ocupando las casas de la Ciudad, donde son atendidas por las damas que han convertido sus umbrosos salones de espejos, palmas y papagayos, en improvisadas enfermería, y el Capitán General de la Real Armada Gravina muriendo como un héroe trágico y olvidado, y…



(Como las labores familiares me demandan aquí lo dejo y si tengo tiempo, después seguiré con mi estupendo paseo por Cádiz, si los elementos no lo impiden…)

Continuación...
Todo esto evoca Cádiz con gran fuerza, ya que como digo, los estropicios y las novedades de los horribles sesenta y el desarrollismo subsiguiente se le infligieron a la maravillosa Playa de la Victoria, todo de Puerta Tierra para afuera, es decir , extramuros, y como una aletargada o dormida caracola quedó la ciudad histórica, con sus viejos edificios de la ilustración caídos, olvidados, muriendo dignamente, como esos antiguos almirantes que los habitaron, combatiendo inexorablemente contra el viento de Levante.
Ay, pero ahora, ahora vuelve a revivir poco a poco, porque lo ruinoso se puede restaurar, no lo destruido, como pasa en tantos sitios, como en mi ciudad,  Sevilla, cuyas calles o plazas han sido en muchos sitios asoladas, violentadas por una modernidad mal entendida, profanadas sin piedad y son ya irrecuperables.

Fuimos en un barco desde el Puerto de Santa María, un pueblo tan bonito como su nombre, atravesando la bahía, los niños encantados. A lo lejos nos recibía la Ciudad con el perfil de su Catedral, como una gran concha dorada del mar.
Fuimos andando hasta La Caleta, entre plazas maravillosas de profuso y exótico arbolado, entre iglesias barrocas y palacetes del XVIII o el popular y costroso, pero auténtico, barrio de la Viña.
En el Castillo de Santa Catalina, un cartel anunciaba: "Los miércoles entrada libre hasta completar aforo para contemplar la puesta de sol". Me pareció magnífico, ¿tanta gente de buen gusto habrá como para llenar esa fortaleza de amantes de las cosas hermosas,de las puestas de soles? Es gratificante que pueda ser así. El Castillo adentrado en el mar como baluarte, es un lugar privilegiado para ver acabar el día sobre la "plata quieta" de la bahía... Allí, creo recordar, que un tatarabuelo mío, podía disfrutarlo cotidianamente, ya que fue el gobernador militar de la Ciudad, por aquellos días en que la madre de mi centenaria tía Marciala, de la que ya hablé aquí otra vez, era una joven casadera, muy fina, muy educada y arruinada por la pérdida de las colonias...

Algo se les va explicando a los niños de todo esto, y La Pepa, y las Cortes, y el traslado de la Casa de la Contratación y el apogeo de la ciudad, y Trafalgar y los malditos y petulantes ingleses y Blas de Lezo... para que se les vaya quitando el pelo de la dehesa, no todo va a ser One Direction, el futbol o Master Chef, que indudablemente vimos después.

EL barco de las 9.20, de regreso a El Puerto, nos recogió a la hora adecuada para ver el círculo perfecto del sol poniéndose en la línea azul del horizonte, Cádiz detrás, y la Playa de Vistahermesa a la derecha, donde, a la misma hora, mi amigo EGM se enredaba en una conferencia, de seguro magnífica, que lamento haberme perdido estando tan cerca.

En definitiva, una tarde espléndida en una ciudad maravillosa.

Ah, y llegamos a tiempo para ver como Vicky, se alzaba con el premio del programa de los cocineros...


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