viernes, 7 de marzo de 2014



El miércoles de ceniza en Sevilla poco tiene de fúnebre o de gris.
Para el sevillano es el día del comienzo del gozo.
Cuando te cae la ceniza sobre la nariz, ya sabes que quedan cuarenta días para el Domingo de Ramos y ese Domingo en Sevilla es casi de Resurrección.
Ahora las tardes se van alargando sensiblemente. Tras las nubes de febrero, nos ha sorprendido la tibieza anaranjada del ocaso del día, que se resiste a irse tras los cerros del Aljarafe.
Algunos naranjos, muy tímidos, tienen unos pequeños pomos blancos, muy apretados aún, y entre las hojas verdes, una, lo más dos flores primerizas. Ese olor que se siente, breve, casi imperceptible en un rincón del callejón oscuro o de la plaza pequeña es un pregón de gloria.
Y el incienso que vende el tío de la esquina todo el año, en su puestecillo, ahora huele de otra manera.
Y se agolpan todas las sensaciones de tantos años, de tantas semanas santas vividas. Todas las emociones afloran de una vez y te dejan inerme.
Me río de la magdalena de Proust ante una ínfima vaharada de incienso o azahar en esta Sevilla de Cuaresma.
Y transcurrirán los días y la Ciudad se irá desperezando lenta, indefectiblemente, para que, cuando llegue el momento exacto, con la primera Cruz de Guía, crucemos el umbral de la puerta y entremos a la eternidad del tiempo detenido otra vez.

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