viernes, 7 de febrero de 2014

Tarde de invierno en la plaza de Santa Marta


En la tarde mínima y gris, ceniza, de febrero, hemos llegado aquí, a la clausura de tu ámbito secreto, para oír el silencio bajo los naranjos fríos, que prometen azahares cuando la luz se alargue sobre sus sombras y hayan regresado ya las golondrinas.
Siento el temblor del son de la campana que suena llamando a la oración entre los claustros.
Como hace muchos siglos, como siempre. Campanita de luz, de bronce y plata, que desprendes las esquirlas del aire y aturdes a los gorriones, cuyos corazones leves, tiemblan bajo el plumaje y saltan a volar sobre el ocaso cárdeno.
Campana humilde, que anhela ser mayor, para reunirse con sus hermanas soberbias, que cantan a las estrellas sobre la Giralda alta.
Sobre estas piedras gastadas, por tus muros húmedos de cal y encanto, se enredan los recuerdos, las historias, de la vieja ciudad, mora y cristiana. De los adarves de besos y espadas, de duelos y enamorados, donde palpita leve, el suspiro sosegado de la vida que pasa, mientras tú permaneces.
Placita de Santa Marta, que aprisionas al cielo de Sevilla en cuatro aristas simples de tejas y perfiles y lo cobijas en el silencio de la tarde malva.
Cuando la luna asoma, entre las ramas, mira y desea que hubiera aquí una fuente para remansarse en ella para siempre.
Plaza de Santa Marta, entre tus rejas dejas, enganchadas, las almas del viajero, del que pasea en silencio y trata de encontrar una señal en una encrucijada de caminos.
Aquí hallará respuesta, bajo tu cruz de piedra, gastada por el tiempo y el pétalo del aire, y las alas sutiles de los años pasados, silentes, sosegados…
Como siempre, aquí el tiempo se halla
detenido.
Plaza de Santa Marta, sentado en el pretil de ladrillo y de barro, entre alcorques, verdina, y troncos encalados, he encontrado esa paz que tanto busqué en vano.

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