jueves, 29 de agosto de 2013

Agosto deportivo II

Antes de proceder a realizar un ligero trotecillo, mis gemelos (los músculos) necesitan ser calentados.
Siempre me parecían ridículos e incluso pretenciosos esos ejercicios de precalentamiento que veía hacer a la gente. Pensaba que era una estupidez innecesaria y ganas de hacerse el interesante. ¡Oh, nunca digas de este agua no he de beber!. Hace algunos años retomé lo del footing y cuando llevaba 200 metros de trayecto, indefectiblemente un dolor intenso en las pantorrillas me impedían seguir. Me dijeron entonces que había que calentar previamente. Escéptico total, comencé no obstante a realizar unos ejercicios antes de la carrera y efectivamente, ya no quedaba cojo a los cinco minutos. Pero, madre mía, antes de cada carrerita, que no suele durar más de twenty minutes, debo estar fifteen haciendo flexiones diversas y variopintas. Cuando salgo en Sevilla los hago en el vestíbulo de casa, ante el pasmo, risas e imitaciones de mis hijos. Estos días en Sanlúcar los realizaba en la playa, ante el público presente: hermanos, amigos, conocidos...
Torsiones: una pierna para allá, otra para acá, tocar la punta de los pies sin doblar la rodilla, tumbarse y poner los pies por encima de la cabeza con las piernas rectas en una figura inconcebible... Ante la falta de un terapeuta a mano, los ejercicios me los he inventado yo, y me funcionan. Todos se parten de la risa al verme. Pero ninguno de los presentes ha logrado adoptar mis posturas imposibles, ni siquiera llegar a tocarse las puntas de los pies. Yo -me envanezco de ello- he conseguido poner la palma entera de las manos en el suelo, con mis hercúleas piernas totalmente rectas. Después correr, lo que se dice correr, lo hago más bien poco, pero en un momento de apuro me puedo colocar en un circo como hombre de goma.
Mis hijos (de 5 a 12 años...) me siguen por la playa, alrededor mía. Van para adelante, para atrás, mientras yo sigo a mi ritmo. Parecen los perrillos que siguen al que cabalga por la campiña entre lomas y cerros. (Cosa que yo no he hecho nunca). Y cuando llego derrotado, ellos siguen alborozados, entre saltos, brincos y sin una gota de sudor. Ces´t la vie.
Lo de nadar me va mejor. Cuando llega el verano me pongo en la piscina a hacer largos con mi elegante y distinguido estilo crawl y ahora lo hago en el mar, que me gusta mucho más, pues no hay que dar mil vueltas cada 25 m.
Este año no he podido participar en la travesía que va desde Bajo Guía a las Piletas. No me enteré a tiempo. Pero lo he realizado en otras ocasiones a instancias de mi hermano mayor, el atleta de la familia, que se apuntó y tiró de mí.
Recuerdo que la primera vez vino David Meca como reclamo a las Playas Sanluqueñas. A mi me cogió de repente y me acababa de tomar tres donuts artesanos del famoso Pam-Pim del mercado local. Y allá que fui yo, junto a mi hermano y el famoso nadador olímpico a recorrer 3000 metros de un lado a otro de la playa. Aun a mi pesar, Meca llegó mucho antes que yo. Mi hermano también. Pero que conste que llegué, y, esto se hizo famoso entre mis conocidos y amistades, cuando todos iban alcanzando la meta con sus cuerpos atléticos (ellos y ellas) y sus bañadores turbo de dimensiones ínfimas, aparecí yo entre las olas con mis bermudas de florecitas que me llegaban hasta las rodillas. ¡Buena prueba de que el deporte no está reñido con el pudor y la decencia!

No canso más al lector con la paliza que le hemos pegado mi hermano Loren y yo, que frisamos los cuarenta (por encima) a unos veinteañeros jugando al baloncesto en un dos a dos... (Loren por tocar el aro de un salto, salió lesionado, eso sí).
En fin, este ha sido mi agosto deportivo. Mesn sana in corpore sano.
El ejercicio de la mens lo relataré otro día si se tercia, en " Mis lecturas de agosto"

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