viernes, 10 de mayo de 2013

Cumpleaños


Hoy mi hijo Ignacio, el mayor de los cinco, cumple 12 años, y lo quiero hasta el punto de que daría mi vida por él sin dudarlo. Como todo padre, como toda madre. Ni más, ni menos.
Aun recuerdo como se me quebró la voz, tal día como hoy, cuando su madre me llamó a la oficina y me dijo que había llegado el momento que habíamos esperado durante nueve meses. Segundos de silencio. No podía continuar.
No lo quiero porque sea más inteligente, más sano y mejor que otros. Lo quiero porque sí. Lo quería desde el momento en que me enteré que estaba concebido y no dejaría por ello de quererlo si me hubiesen dicho entonces que venía con malformaciones o síndrome de Down.
No lo dejaré de querer porque enferme, lo quiero porque es. Simple y llanamente.
A Arcadi Espada, que dice que aquel que tenga un hijo con deficiencias la sociedad debe exigirle que cargue con los gastos por no haberlo matado antes, yo le digo que correré con los gastos de los míos, (aunque pague mis impuestos), si así se me impone, pero que no los maten.
Venderé lo que tengo llegado el caso, porque nada vale lo que la vida de un hijo mío
Me gustaría que me indicase donde está la línea divisoria entre los tontos  y los listos, los sanos y los enfermos, lo mejores y los peores. Qué ese baremo lo cuelguen con chinchetas en las puertas de los centros de salud y nos abstengamos de entrar los que no merecimos nacer.
Por mi parte intentaré trazar una línea divisoria de carácter ético que distinga entre buenas o malas personas, y que estas corran con sus gastos. Pero no me atrevo, no soy quien para ello, mejor le dejamos eso a Dios (o a él).

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