viernes, 22 de marzo de 2013

Para la ternura siempre hay tiempo.

Francisco, Sumo Pontífice y Obispo de Roma, nos insta a manifestar la ternura, que no es debilidad.
 Y yo deseo ser obediente.
¿Porque desperdiciamos los mejores momentos?
Desde hace once años he cambiado cientos de pañales, introducido en el baño, sacado del mismo, enjabonado, secado, peinado, cortado las uñas, untado de cremas diversas, vestido… a mi  hija mayor.
Ayer le apremiaba con seria voz a que se saliese del baño, sus hermanos exigían su turno y la cena le esperaba.
Sobresalía su cuello delgado entre el agua y la espuma. Se había recogido el pelo en la nuca para no mojarlo (no tocaba lavarse la cabeza) y estaba esbelta, grácil y guapísima, ensimismada en el agua cálida, con la esponja en la mano. Rápidamente, ante mi brusquedad, salió del baño, muy delgada, con el agua chorreante por su cuerpo huesudo y blanco de niña desgarbada. La arropé con la toalla y  la insté a ponerse el pijama, que el tiempo apremiaba. Pero, las oportunidades no se pierden, envuelta en la toalla, aprisionada en mis brazos e indefensa, aprovecho para besarle las mejillas y el pelo.
Cuando salgo, soy consciente de que en breve, ¿un año, dos? Ya no podré acurrucarla, ni secarla, ni vestirla como siempre y tendré que aporrear la puerta desde fuera cuando, enfadado, le apremie para que salga del baño, porque el tiempo corre que se las pela, como es natural…
Y es que para la ternura siempre hay tiempo
 o no.

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