jueves, 13 de septiembre de 2012

¡NO HAY CRIMEN PERFECTO!

Siempre quedan huellas después del crimen. Aunque se traten de borrar minuciosamente nada escapa a los ojos de una mujer de su casa.
Manolo y Reyes ya habían sido advertidos de que si no deponían su actitud, (dejar de jugar al baloncesto en el salón a grito pelado en la hora de la siesta) serían duramente castigados por su madre. Se quedarían sin chocolate y sin ir a la piscina. Pero, ay, reincidían, hasta que vinieron, atemorizados, a solicitar mi complicidad para ocultar el delito.. ¿Pero qué habéis hecho?- exclamé al ver como el Cola Cao se extendían en colinas infinitas por la encimera de la cocina.- Manolito me ha empujado sin querer...-
El delito era grave, la sanción estaba asegurada. La tarde de piscina peligraba. Aun arriesgándome a ser descubierto en plena faena, mientras los niños vigilaban en la puerta, yo como un poseso limpiaba el lugar de los hechos. No dejé nada al azar. Levante hasta la thermomix y la freidora, introduje la bayeta en los intersticios más recónditos, froté el suelo, incluso no olvide enjuagar bien el trapo para que no quedaran restos comprometedores. Todo quedó impoluto, aséptico, ingenuamente puro. Así debió resplandecer el mundo el primer día de la creación.
Cuando entró mamá en la cocina para preparar las meriendas era como si nada hubiese nunca sucedido. ¡Qué paz, qué armonía, qué sosiego!
A los dos minutos el sereno silencio fue abruptamente desgarrado: ¿Es que no se os puede dejar solos? ¿Quién ha hecho esto?
Nos miramos asustados. ¿Cómo nos había descubierto? Acudimos, apresurados, temblorosos. Como una Erinia señalaba los cajones. No veíamos nada. ¡Aquí, aquí! indicaba con mirada de lince. ¡Oh, Dios mío, quedaban restos de polvo de cacao en los tiradores!  Sólo un halcón se hubiese percatado. Pero una mujer limpia deja en pañales al mismísimo Sherlock Holmes. Ve la mota allí donde ojos ordinarios están ciegos.
Los niños me miraban conteniendo la risa, estuve a punto de estallar y tuve que escapar. -Encima no os riais- escuché- ¡Anda, vámonos, vámonos… antes de que tenga que castigaros…!
¡Uf! suspiramos aliviados. ¡Si tú supieras…! se decían los niños para sus adentros.
¡Al final nos habíamos salvados!

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