jueves, 14 de junio de 2012

¡Que no inventen más!

El artículo de Burgos de hoy recoge, honor que me hace, parte de las palabras que le escribí el otro día. Ahí va la carta: D. Antonio, que entre unos y otros no van a parar, que se nos cargan Sevilla. Lo del altar de la Plaza: "Cambio plata antigua por conglomerado" ¡Habrase visto! y hoy leo lo de los azulejos de Triana… ¿Se puede ser más atrevido? ¡No toquéis más la rosa, joé! Una manita de pintura y a juí, que nos quieren poner aquellos como una portería de los Remedios, con su cuadrito de azulejos imitando la Sevilla antigua. Cuando lo vea uno desde en frente parece que va a visitar al dentista o que se ha metido en uno de estos bares nuevos, recién “restaurados” también con mucho azulejo y mucho mural y mucho murano. ¡Marchando una de foie sobre lecho reducido de Pedro Ximenez a la compota de bambú! ¡Tururú! Y a continuación, leo en el periódico que el Ayuntamiento quiere que le transfieran las casas del Patio de Banderas. Lo mejor que le puede pasar a ese espacio maravilloso es que siga como está. ¡Qué no la cambien! Quién quiere que esos edificios sean “devueltos” a la ciudad. Yo no, desde luego. Que lo conserven los vecinos, los refinados vecinos que las habitan, que son los que de verdad dan vida, realidad, autenticidad al entorno. No quiero más museos, museítos, centros de interpretación u oficinas de lo más inútiles y variopintas. Eso sí, muy bien restauradas a lo moderno, compaginando las estructuras vanguardistas con el testimonio del pasado, y todo muy nuevo, y venga metacrilato y acero y pasarelas en una fusión de tradición y progreso. Todo tan nuevo, tan de escaparate. Qué no, qué no. Me gustan los desconchones que se encalan cada verano. Y los jaramagos entre las tejas. Yo quiero ver la ropa tendida en las azoteas, quiero atisbar el misterio de los patios entrevistos a través de las rejas, con sus macetones de barro vidriado, sus palmeras, sus arcones antiguos, sus cuadros oscuros por las galerías, de santos, de paisajes difuminados, sus velas corridas que cierran el espacio y lo convierten en un paraíso íntimo, que invita a la siesta. Ese bendito sopor de la mecedora de caoba de cuba, que nos reconcilia con nuestro pasado, con la ciudad de siempre, de los abuelos de nuestros abuelos, de las damas románticas que suspiraron por Lord Byron cuando vino a Sevilla, de las cruces de mayo en las casas, de mantones y piano, de las ingenuas jovencitas burguesas que se confesaban con Muñoz y Pavón… Que no me quiten el deleite de asomarme a la casa del Padre Ybarra y recibir una bocanada de frescor y de historia, y ver su nacimiento antiguo cada Navidad en la casa puerta, que es un regalo secreto para la ciudad. Que todas esas familias sigan conservando la verdad eterna y sencilla de una cotidianeidad que se nos va de las manos. Protejámosla. Que no nos la quiten, D. Antonio, haga Vd. campaña, junto al Bazar Victoria, y a Uclés, en el Salvador y Reyes en Alvarez Quintero (qué pena de Olíam) y cordonerías Alba, y Ferrer y la Campana y Morales y lo poquito que nos va quedando. Que no nos adulteren más la ciudad, por favor.

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